En este espacio guardamos silencio todas las mañanas, todas las noches y a veces también durante el día. En ese silencio nos reencontramos con nosotras mismas y aprendemos a observar el universo desde nuestro hogar.

Aquí se va intencionalmente despacio. No corremos ni llevamos prisa. No llegamos tarde a donde nos esperan. Estamos siempre donde tenemos que estar y todos los giros equivocados se corrigen. Aquí practicamos el perdón y la humildad como el camino de la verdad. Comulgamos con el amor desde nuestras propias limitaciones, pero a diario hacemos un esfuerzo por ampliarnos un poquito y comprender un poco más, siempre un poco más.

Aquí el dolor y la alegría son igualmente bienvenidas. Estamos aprendiendo a sentir y a conocer a través de nuestra intuición. Tenemos certeza de la divinidad y hemos elegido nuestro camino para aceptar y reconocer a Dios en nuestra vida. Nos abrimos a un diálogo interno con la belleza, la unidad y la bondad.

Aquí no hay dudas, sólo silencio. Aquí se está con uno mismo, que es sólo el principio de la verdad.

¿Y las palabras? Son una invitación a quienes hayan descubierto su propio silencio, a contarnos lo que descubrimos y explorar si después del silencio existe la comunión.